miércoles, 5 de diciembre de 2007

VIDAS INTERESANTES


Un dia em va venir a les meves mans aquest manifest i una vegada el vaig haver llegit em va semblar tant bonic que vaig creure que tenia que ser divulgat.

És que als indis els hi van fer una mala passada i encara la sofreixen.

Mercè Gambús



GRAN JEFE SEATTLE
Autor del primer manifiesto de defensa de la Tierra

Noah Seattle gran jefe de los Dwamish y los Suquamish, fue la primera persona en escribir un manifiesto de defensa de la Tierra. Lo dirigió, en 1854, al presidente de EEUU, Franklin Pierce, cuando este propuso comprar los territorios a los indios para acabar con los enfrentamientos entre indígenas y colonos blancos. La iniciativa suponía la confinación de los indios, los que más derecho tenían a esas tierras, a reservas. En un momento en que se celebra la Cumbre Mundial del Desarrollo Sostenible, en Johanesburgo (Sudáfrica), las palabras de Seattle (reproducidas en el reverso) cobran más importancia y actualidad que nunca.

Noah (su nombre indio era See-Yahlh) Seattle nació alrededor de 1786.
Su padre fue un gran guerrero, pero como su madre era esclava, su nacimiento fue considerado sin importancia. En el tiempo de su nacimiento, la zona de Puget Sound estaba siendo asolada por una epidemia de viruela, una enfermedad del hombre blanco que, junto con la llegada de los grandes barcos , los indios habían interpretado como una señal de que el fin del mundo se acercaba. No se equivocaban demasiado.

Un gran guerrero y buen estratega.

Siendo Kitsap jefe de los Suqquamish, se tiene constancia de que Seattle tomó parte en algunas batallas contra los Cowiches, en las que destacó como un guerrero. Observador e inteligente, planeó una estrategia para luchar contra sus enemigos. Como éstos solían atacar de noche y por el río, hizo talar un grueso árbol que atravesó en el cauce, a varios centímetros por debajo del agua. Los guerreros de Seattle aprovechaban para atacar cuando sus enemigos chocan contra el obstáculo.

Seattle se convirtió en jefe de los Suquamish y de los Dwamish tras su victoria sobre las tribus del Río Verde, hazaña que le valió gran fama entre los indios. Sobre 1811 nació su primer hijo, una niña, a la que le llamó Princesa Angeline. Se cree que Seattle tuvo ocho esclavas, muchas de ellas sus concubinas.
En 1832, la tribu de los Suquamish empezó a comerciar con los blancos y, por ese tiempo, Seattle abrazó la fe cristiana adoptando el nombre de Noah.
Eso le permitió estrechar los lazos de amistad con los colonos. Los blancos rebautizaron con su nombre, Seattle , la ciudad de Alki Point, tributo que no gustó demasiado al jefe, ya que la tradición india reserva ese honor a las personas muertas.

Trasladados a una reserva india.

El 10 de Enero de 1854 el gobernador Isaac Setven llegó a Seattle con el propósito de que los Suquamish y los Dwamish se trasladaran a una reserva. Tras una larga conversación y para evitar violencia, Seattle recomendó a su pueblo el traslado, pero reservándose el derecho de su gente de visitar los lugares sagrados siempre que así lo quisieran . Al año siguiente escribió una poética carta al presidente Franklin Pierce que se convirtió en todo un manifiesto de defensa de la Tierra frente a la destrucción de los hombres blancos. En los últimos años de su vida, el gran jefe cedió todas sus pertenencias y se consagró a la tarea de negociar con las autoridades que se cubrieran las grandes necesidades que sufría su pueblo, confinado en las reservas y carentes de todo. Murió el 7 de junio de 1866 y en su tumba se gravó: “He sufrido”.

MANIFIESTO

Como se puede comprar o vender el firmamento, ni aun el calor de la tierra? Esa idea nos resulta extraña. Ni el frescor del aire ni el brillo del agua son nuestros.

¿Cómo podrían ser comprados?. Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrada para mi pueblo. La hoja verde, la playa arenosa, la niebla en el bosque, el amanecer entre los árboles, los pardos insectos... son sagradas experiencias y memorias de mi pueblo.

Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra cuando comienzan el viaje a través de las estrellas. Nuestros muertos, en cambio, nunca se alejan de la tierra, que es la madre. Somos una parte de ella, y la flor perfumada, el ciervo, el caballo y el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y del hombre, todos pertenecen a la misma familia. El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solo agua, sino que representan la sangre de nuestros antepasados. Si os la vendiésemos, tendríais que recordar que son sagrados y enseñarlo así a vuestros hijos. También los ríos son nuestros hermanos porqué nos liberan de la sed, arrastran nuestras canoas, nos procuran peces. Cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de la vida de nuestras gentes, el murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Si, gran jefe de Washington: los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimento de nuestros hijos. Si os vendemos nuestra tierra, tendréis que enseñar a nuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos. Y que deben tratarlos con la misma dulzura con la que se trata a un hermano.

Por supuesto que sabemos que el hombre blanco no entiende nuestra forma de ser. Tanto le da un trozo de tierra que otro, porque la ve como enemiga.
Cuando ya la ha hecho suya, la desprecia y sigue caminando. Deja atrás la tumba de sus padres sin importarle. Secuestra la vida de sus hijos y tampoco le importa. No le importa la tumba de sus antepasados ni el patrimonio de sus hijos olvidados. Trata a su madre la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden, como ovejas y cuentas de colores. Su apetito devora la tierra dejando detrás todo un desierto. No lo puedo entender. Vuestras ciudades hieren los ojos del hombre piel roja. Quizás sea porqué somos salvajes y no podemos comprenderlo. No hay un solo sitio tranquilo en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se escuche en primavera el despliegue de las hojas o el rumor de las alas de un insecto.

El ruido de la ciudad es un insulto para el oído. Y yo me pregunto: ¿Qué clase de vida tiene el hombre que no es capaz de escuchar el grito solitario de una garza o la discusión nocturna de las ranas en la balsa? Soy un piel roja y no lo puede entender. Preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aroma de pino.

Cuando el último piel roja haya desaparecido de esta tierra , cuando no sea más que un recuerdo su sombra, como el de una nube que pasa por una pradera, las riberas y los bosques estarán aún poblados por el espíritu de un pueblo. Porque nosotros amamos a este país como ama el niño los latidos del corazón de su madre.

Si decidiese aceptar vuestra oferta tendré que poneros una condición: que el hombre blanco considere a los animales de esta tierra como hermanos. Soy salvaje y no comprende otro modo de vida. Tengo vistos millares de búfalos pudriéndose a millares en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy salvaje y no comprendo como una máquina humeante puede importar más que el búfalo, al que nosotros solo matamos para sobrevivir. ¿Qué es el hombre sin los animales?. Si los animales desapareciesen, el hombre moriría en una gran soledad. Todo lo que pasa a los animales muy pronto le sucederá también al hombre. Todas las cosas están ligadas.

Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que ocurre a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a si mismos.

La tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. El hombre no tejió la trama de la vida. Es solo un hilo. Lo que hace que la trama se hace a sí mismo, ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él como amigo, queda exento del destino común. Después de todo quizá seamos hermanos. Ya veremos. (...). También los blancos se extinguirán, quizás antes que las demás tribus. El hombre no ha tejido la red de la vida. Solo es uno de estos hilos y está tentado a la desgracia si osa romper esa red. Todo está ligado como la sangre de una familia. Si ensuciáis vuestro lecho, cualquier noche moriréis sofocados por vuestros excrementos. Pero vosotros caminaréis hacia la destrucción rodeados de gloria y esplendor por la fuerza de Dios, que os trajo a esta tierra y que por algún designio especial os dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Este designio es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlanchines.

¿Dónde está el bosque espeso?... Desapareció. ¿Dónde está el águila?... Desapareció. Así se acaba la vida y solo nos queda el recurso de intentar sobrevivir.