jueves, 30 de octubre de 2008

CADA EPOCA COCIO SUS PROPIAS HABAS

En los lejanos tiempos de mi infancia, no existía el fenómeno antisocial del “botellón”. La vecindad de cada barrio no había de sufrir en vela sus noches de fin de semana por mor de una horda de invasores de su paz y de su acera, que sin embargo en nuestros días, encaramados en el derecho
al disfrute de su propia libertad, intemperantes incívicos y vocingleros, ignoran la máxima de que LA LIBERTAD DE UNO, ACABA DONDE EMPIEZA LA LIBERTAD DEL PRÓJIMO, y la de VIVE Y DEJA VIVIR.
Pero vamos a recordar que, en los lejanos tiempos de mi infancia, entre las cosas que aún no existían, no existían los fines de semana; existía el domingo, !el raquítico domingo!...y punto. Se curraba seis días a la semana. Resumiendo: No podía existir el hastío de las horas “sobrantes” porque, después de trabajar, no sobraba ninguna. La novedosa “semana inglesa” llegó más tarde a nuestra aislada Patria.
Y, sin embargo, en la retina de mi memoria siguen impresas, dando traspiés y zigzagueos, las siluetas de hombres de toda edad, por evitar cuyo encuentro cada día había de cambiar de acera, como media, un par de veces, (nos ocurría a todas las mujeres en aquel tiempo, sin que entraran en liza ni nuestra edad ni nuestra apariencia personal), si bien, también preciso es aclarar que los babosos beodos de entonces no constituían en general mayor peligro que tener que respirar el hálito de su vino ya bebido. Eran muy, muy numerosos, y, a la par, de todo punto inofensivos porque su misma embriaguez anulaba de facto cualquier agresión que sus embotadas mentes pudieran llegar a sugerirles. Un soplo los hubiera tumbado.
Aún no existía la semana inglesa, aún no existía en mi patria chica el güisqui, faltaba medio siglo todavía para que en nuestro léxico hallara ubicación y arraigo la palabra “botellón”, pero los babosos beodos zigzagueantes que nos hacían cambiar de acera a las mujeres de toda edad para no enfermar de hediondez, y cuya especie hace muchos lustros parece haberse extinguido, sí existían. Y sin el atenuante de ser jóvenes, antes bien, !con el agravante de ser padres de familia!
Eran otras las ocasiones, las motivaciones y los eventos que daban paso a las nuevas generaciones, a la nueva savia, a la sangre nueva, de emular a sus mayores (próximos o, con más fortuna, sólo conocidos), cogiendo una buena cogorza que dejase bien alta su muy particular bandera con que ondear su hombría, ¡ para estrenar su hombría, qué caray! Y aquí van unos ejemplos ilustrativos:
EN NOCHEBUENA: La noche del 24, tras cenar en familia celebrando la noche más trascendental del año, -en mi tierra la Navidad por excelencia se celebra la noche en que se sitúa el nacimiento de Cristo-, un setenta por ciento, de los jóvenes y no pocos adolescentes, se echaban a la calle en manada con los amigos, apuntalándose unos en otros, para apuñalar la noche con sus desaforados “trinos” generosamente regados de tintorro. “Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad, dame la bota María que me voy a emborrachar”.
CUANDO SE TALLABAN LOS QUINTOS, más de lo mismo y
LA VISPERA DE NUESTRA FIESTA MAYOR, las voces mojadas y remojadas destrozaban gargantas propias y oídos ajenos, masacrando jotas e hiriendo de muerte el descanso de otros y el hígado propio.
Concluyo: Cada época coció sus propias habas y aquellos polvos de antaño, bien pudieron ser el germen de estos lodos de hogaño.

SOLEDAD COBAS

miércoles, 1 de octubre de 2008

DESARRAIGO FAMILIAR

En los últimos treinta o cuarenta años el concepto de familia se ha visto modificado a partir de los movimientos migratorios habidos, consecuentes de la mala distribución de la riqueza en nuestro país, donde unas regiones con recursos eran punto de destino de miles de personas que salían de otras en las que desgraciadamente el paro y la pobreza eran el factor dominante.

Las familias normalmente vivían en el mismo pueblo o ciudad y su relación acostumbraba a ser coloquial y participativa en todos los eventos que se sucedían a lo largo del año: cumpleaños, onomásticas y principalmente Navidad donde prácticamente toda la familia se juntaba en alguna casa celebrando unas fiestas que en aquellos tiempos eran humildes pero mucho más entrañables que las de ahora.

Llegó la inmigración y las familias comenzaron a desmembrarse: Los padres, más mayores acostumbraban a quedarse en su hogar y eran los hijos los que partían en busca de una mejor posición.

Al comienzo, durante los primeros años, en las vacaciones era de obligado cumplimiento ir al pueblo o ciudad a estar a los seres queridos; después ya empezaron a formalizarse nuevas familias donde normalmente se cruzaban parejas de diferentes provincias lo que llevaba a repartir las vacaciones; había que visitar dos lugares de origen con lo que las estancias comenzaron a reducirse.

Llegaban los hijos y evidentemente la situación de las nuevas familias cambiaba; nuevas responsabilidades, proyectos, ... hacían que las visitas a casa de los padres se fueran distanciando cada vez más. Las familias crecían pero muchos ya no se conocían; los abuelos apenas veían a sus nietos, los hermanos, muchos residentes en ciudades diferentes ya no mantenían la relación de antaño, y así un cúmulo de situaciones que ha llevado a que muchas familias se vean reducidas exclusivamente a padres e hijos.



Con la llegada de la bonanza de los años 70 y 80, España sufrió una gran transformación; la mujer accedió al trabajo, desapareciendo la sumisión en el plano económico al marido a quien había estado sometida durante tanto tiempo; claro que esto también comenzó a ser motivo de rupturas matrimoniales y como consecuencia, de nuevos desarraigos; la mujer cuando el matrimonio hacía aguas, no aguantaba, al saber que podía hacer frente a la vida económicamente hablando, claro.

Otro gran problema y también motivo de rupturas familiares esta siendo esa parte de la juventud que crece de una forma irregular, muchas veces consecuencia de los problemas que ven en su casa, que les llevan a refugiarse en las drogas; los jóvenes en las últimas décadas están sufriendo esta lacra, creando infinidad de situaciones angustiosas en sus familias.



Existen más casos; el de la vejez es tremendo con una cantidad enorme de personas mayores que subsisten con pensiones ínfimas y que viven en pisos antiguos sin ascensor y sin ninguna comodidad sin contacto alguno con la familia, cuando lo justo sería que habitaran en casas acondicionadas o en residencias igualmente adecuadas a estas edades.

Podíamos seguir numerando casos de desarraigo como el de la emigración de las personas que vienen de otros paises y que a veces tardan años en volver a ver a sus seres queridos, la violencia de los jóvenes en los colegios y en la calle, etc.

A pesar de todo, inmigración, divorcios, droga, vejez, ..., no todas las familias sufren desarraigo familiar; hay otras muchas que afortunadamente conviven en armonía con los valores de toda la vida siendo el ejemplo a seguir por todos aquellos que por un motivo u otro tienen problemas en su familia.



Miguel Castro
Septiembre 2008